Víctor sabía lo importante que era para ella. Eran tiempos difíciles y el golf, simplemente, era su vía de escape.
No sabía que regalarle a Sandra, pero quería que fuese especial.
Ambos sabían que la Solheim Cup venía a España en 2023. ¡Un sueño! Aún quedaban casi dos años y ya tenían sus entradas.
– “Eso ya no se lo puedo regalar”, se dijo.
Curioseando con el ordenador, al fin dio con la diana. – ¡No me lo puedo creer! ¡Ya hay ropa de la Solheim Cup! ¡Es perfecto! ¡Va a flipar!
Sandra tenía salida temprano ese día. Se sentía cansada porque su bebé no le dejaba pegar ojo. Con el piloto automático se metió en la ducha esperando que la ayudase a despertar. Se sentía un poco mejor, pero no podía dejar de pensar:
“¿Quién me manda hacer esto otra vez y encima el día de mi cumpleaños? El último torneo fue horrible, 9 arriba y ni un solo hoyo con menos de tres putts”. “Qué vergüenza, cada vez que me acuerdo del filazo en el bunker del 18 con todos mirando… Y aquí estoy yo otra vez, pero… ¿por qué?”
Sandra se dirigió al armario mientras asomaba un tímido rayo de sol por la persiana. Buscando entre su ropa encontró un paquete y una nota:
“Confía y vencerás. Felicidades. #vamosgirls” – Víctor.
Al abrir el paquete encontró su nuevo polo y una gorra, ambos marcados con un ilustre logo de la Solheim Cup 2023. -¡Qué detalle!
No lo dudó un segundo, se vistió y corrió al baño a darse un poco de crema solar.
Al verse allí delante, uniformada ante el espejo, notó algo diferente. Su expresión había cambiado. Sus ojos miraban firmes y su rostro parecía calmado. Notaba una agradable sensación en el lado izquierdo de su pecho.
Cogió la bolsa de palos y se puso en marcha.
Al llegar al torneo, sólo la acompañaban el olor a hierba fresca, el sonido de sus tacos al caminar, el silencio y aquella agradable sensación en el pecho.
Al llegar al tee del hoyo 10, Sandra sacó el drive e hizo un par de swings mientras la organización y un tímido grupo de curiosos guardaban silencio.
Una enorme fuerza se apoderó de ella y con gran solemnidad cogió aire, levantó el palo y por primera vez en mucho tiempo, se dejó llevar.
Lanzó la bola al centro de la calle con una limpieza impecable.
– “¿Me están aplaudiendo a mí?”, se dijo.
Mientras tiraba del carro y se dirigía hacia su segundo golpe, Sandra sabía que algo había cambiado y que ese sería un gran día. Ausente de lo que pasaba a su alrededor jugó cada golpe como si fuera el único.
Su palpitar fue convirtiéndose en calma y en cada hoyo, Sandra cometía cada vez menos errores.
Horas más tarde y como si fuera un sueño, levantaba aquel trofeo frente al entusiasmado público.
Al llegar a casa, abrazó a Víctor pensando que todo había sido un sueño y que aquel había sido el mejor regalo de su vida.