Solheim Cup, es el momento

En el proceso de evolución de este país, el deporte femenino -el que sostuvo el pabellón español en los Juegos Olímpicos de la crisis- no ha encontrado armonía en el impulso que debería haber tenido. Sin una política común persistente, los hitos logrados en su implantación social, sobre todo en el fútbol, han sido producto de un maquillaje. De repente se ha vendido a bombo y platillo llenazos en los estadios para batir récords y, a la semana siguiente, no había quedado poso de aquel festejo y las futbolistas de la máxima categoría volvían a ser animadas por amigos y familiares. Da la sensación de que no se ha construido una estructura sólida que ponga una base sobre la que construir una verdadera igualdad de oportunidades.

La llegada de la Solheim Cup, el acontecimiento femenino más importante que se ha celebrado en España, aunque algunos aboguen por el Mundial de baloncesto de 2018, debería ser el pivote sobre el que gire una política más sincera y más creíble de apoyo al sector. Será un test para la madurez de este país, acostumbrado al todo gratis, sobre todo cuando se trata del deporte de mujeres, y que ahora tiene que valorar uno de los grandes espectáculos que existen a nivel universal.

Las dos hazañas consecutivas de las tropas europeas, muy bien lideradas por Catriona Matthew, ha creado el clímax que necesitaba la competición. Había sido tan superior en el pasado Estados Unidos que la competición necesitaba una enérgica respuesta como la producida para elevar los grados de la atmósfera. Ahora hay un clima de ansiedad, de ganas de revancha deportiva, de temor, de sudor en las palmas de las manos antes del primer golpe en el tee de salida… El espíritu que ahora mismo invade a cada una de las jugadoras es lo que tiene que transmitirse al espectador, necesitado de emociones. Por encima de todo, la Solheim Cup es una gran fiesta.

También los medios de comunicación deberían enfocarlo como un desafío. El caudal de información de deporte femenino que se genera, en porcentaje respecto al masculino, no es muy superior a los albores del periodismo deportivo moderno, de la época de Arantxa y Conchita, cuando eran las únicas que aparecían en las portadas. No es un mal exclusivo de España, está muy extendido en la mayoría de las culturas: o ganas o no eres noticia. La Solheim Cup, como espectáculo, a la vista de sus últimos dos desenlaces, ha dado sobradas muestras de que hay pocas competiciones tan intensas como ésta.

Hay un punto que sólo la Solheim Cup, además de la Ryder Cup, proporciona. Es el sentimiento grupal europeo. En tiempos de cambio, de Brexit, aún 12 jugadoras siguen unidas bajo una misma bandera. Mientras el mundo camina hacia no se sabe dónde, ellas son un reducto de una convivencia perfecta. Tomemos nota de esto: unidas somos más fuertes.